domingo, 16 de marzo de 2008

Anecdotario

El “día” de un cartonerito

Volvía a casa muy cansado, un lunes como cualquier otro. Subiendo una calle céntrica de mi ciudad, en la puerta de un supermercado, me encontré con una señora de inciertos 50 años de edad y sus dos hijos, recogiendo los cartones que esta empresa nacional había desechado. Este mundo es así: la basura de algunos representa un tesoro para otros.
El menor de ellos, un cartonerito de alrededor de nueve o diez años, colaboraba con su madre en la ardua tarea recolectora. Sólo habían transcurrido un par de horas desde que el día se recostó a dormir tras los cerros jujeños, y mientras para mí la jornada llegaba a su fin, para ellos recién comenzaba: una larga noche de cirujeo y trabajo los esperaba impiadosa.
Lentamente él levantaba los cartones y los subía uno a uno, medio jugando, medio resignado, sobre el carro de basura. Transcurridos unos diez minutos de constante labor, se dispuso a jugar con el celular de su madre.
Faltaban cinco minutos para que se cumplieran las diez de la noche, y el niño se hallaba absorto en ese trance adictivo que a veces nos propone la tecnología, como forma de escapar de este mundo, de olvidarse de uno mismo, narcotizándonos por propia voluntad con los encantos somníferos del no pensar. Su madre lo interrumpió bruscamente, con la típica violencia de quién presenta sus necesidades básicas insatisfechas, con la bronca de quién se siente expulsada de este sistema social que aísla, divide y asesina la libertad. Recriminó a su hijo el no continuar colaborando con ella, porque todavía quedaban otros lugares que visitar en busca de cartón. Arrebatado el celular de las manos del niño, fue a parar en la oscuridad del bolsillo de una polvorienta riñonera.
El grupo prosiguió con la tarea, ella con empeño y cansancio; y el pequeño con desgano, molesto, notablemente alterado por la situación, se dedicaba a fastidiar a su madre, quizás como una forma de rebelión inconsciente al verse privado de la posibilidad de jugar con sus amigos o por no encontrarse durmiendo en su hogar para asistir a la escuela al día siguiente.
Diez y cinco de la noche: la madre termina de llenar el changuito con los preciados cartones recogidos, y lentamente se alejan los tres calle abajo, la madre cargando con el carrito y sus penas, y el pequeño cartonerito saltando, jugando con su hermano mayor.
Yo, parado a un costado del supermercado, los miraba alejarse hasta convertirse en un punto en medio de un horizonte de desigualdad e injusticia. Ilusamente, creí que al escribir estas palabras todo terminaba, pero es en realidad cuando todo comienza.

1 comentario:

  1. piti, espero seguir esta historia que como una mas de las tantas que escribiste intuyo que va a ser buena, te mando un beso enorme

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